Destino
Realmente, ¿está "escrito" en algún lado el destino de todo lo que existe?. Hay quienes piensa n que sí, y pueden estar en lo cierto, aunque lamentablemente para los cantamañanas no lo estaría ni en el zodíaco, ni en los posos de café, los huesos de una lagartija o los libros de los ancianos de los días.
Un curioso experimento capaz de llevarnos a una crisis intelectual puede ser tan simple como tirar un dado. Suponiendo que salga un número, y no que se caiga de la mesa de la terraza de un bar yendo a parar a una alcantarilla (como habitualmente hacen las monedas), éste sería uno entre el 1 y el 6. Un dado cúbico, quiero decir. A ésto cotidianamente lo llamamos azar. Sin embargo no lo es. Por nuestras características biológicas no podemos, o al menos necesitaríamos de un control mental total para lograrlo, elegir el valor que va a salir. Pero está clarísimo que en función de la fuerza que apliquemos, el ángulo, la posición inicial del dado y todo un vasto conjunto de variables, podemos alterar el resultado. El hecho, pues, de que cualquier intento por nuestra parte arrojaría un resultado distinto es evidente. Esa incertidumbre siempre es subyacente. No existe, pues, el azar, al menos entendido como una simple serie de posibilidades y posterior resultado. Lo es para nosotros, pero no para nuestro universo.
A veces, en experimentos de laboratorio muy bien controlados, se presentan extraños sucesos. Una partícula que debería estar aquí aparece allá, o desaparece. Surge de la nada. La razón parece estar en el caos cuántico, una versión microscópica (microscopísima) del azar. Una vez más surje este término, pero el universo realmente no puede funcionar así.
Igual que con el dado, el hecho de no poder medir una serie de variables o reproducir voluntariamente un evento en un entorno sujeto a ellas, arroja un resultado incierto. Sin embargo el universo no deja por ello de funcionar de manera ordenada. Conclusión: al desconocimiento lo llamamos azar. Cuando una partícula, o una cantidad de energía, se vuelve loca no puede tener su causa en nada. El universo tiene unas normas, de las cuales una pequeñísima parte las conocemos y probablemente jamás podamos manejar debidamente el resto. Si éste deja de respetarse a escala microscópica, apaga y vámonos. Tendríamos que dejar de estudiar singularidades como por ejemplo un agujero negro, o qué es y cómo se comporta el "tejido" del espacio-tiempo. Hasta la misma gravedad debería quedar huérfana de nuestra atención. Bastaría con trabajar día a día y ver Gran Hermano; nuestra vida dejaría de tener sentido.
Nosotros, y todo lo que nos rodea lo veamos o no, parecemos ser formas de energía. Materia, energía... es como un calcetín bicolor al que le puedes dar la vuelta y mostrarte una cara distinta a la otra a pesar de tratarse exactamente de la misma cosa. A raíz de ahí podemos plantearnos una situación curiosa que pudo tener su origen en el mismo momento del big bang o seguramente antes incluso: todo sucedió exactamente como tenía que hacerlo. Las interacciones entre sí de todo lo que existe es la causa principal de que yo ahora esté pensando en lo que escribo o usted crea que lo del Real Madrid no tiene arreglo. Es simplemente causa de la actividad cerebral, sus enlaces electroquímicos permanentes y temporales, el movimiento de las partículas atómicas que los componen... y así hasta llegar al nivel primordial y más bajo, a escala subatómica. Como siempre, dicho sea de paso con la mayor simpleza posible, porque se nos escapan millones de causas también superiores.
Carl Sagan mostraba en Cosmos su fascinación por cómo la materia se hizo pensante. Muy vagamente hasta casi caer en el insulto, podríamos decir que no somos más que la combinación de distintos tipos de grupos de elementos. Nuestro pensamiento podría ser, incluso, una mera ilusión.
Tanto si pensamos que a nivel cuántico existe un caos absoluto como si no, un pensamiento científico coherente tendría que rendirse a la idea de que el hombre no está por encima de cualquiera de estos dos supuestos, que tiene control sobre ello. Por lo tanto, no podemos decidir sobre ese caos o no-caos puesto que estamos gobernados por él. Cualquier cosa que hiciésemos o no, o pensásemos o no, estaría predeterminada por la combinación de todas las cosas. La única salida que nos queda consistiría, creo yo, en adoptar un ideal religioso que a buen seguro nos haría caer en el antropocentrismo y con ello nos perderíamos en el océano de los ignorantes. Evidentemente no somos en centro de la creación, ni su más brillante resultado, ni su culminación. De poder controlar todo a su nivel más bajo, hasta la misma estructura del universo, nos habríamos convertido en lo más parecido a dios, pues. Y sólo así podríamos escapar de todo y decir con seguridad que somos libres.
Pensar, pues, que podemos cambiar las cosas quizá no sea más que una triste esperanza reducto de nuestra vanidad.
Un curioso experimento capaz de llevarnos a una crisis intelectual puede ser tan simple como tirar un dado. Suponiendo que salga un número, y no que se caiga de la mesa de la terraza de un bar yendo a parar a una alcantarilla (como habitualmente hacen las monedas), éste sería uno entre el 1 y el 6. Un dado cúbico, quiero decir. A ésto cotidianamente lo llamamos azar. Sin embargo no lo es. Por nuestras características biológicas no podemos, o al menos necesitaríamos de un control mental total para lograrlo, elegir el valor que va a salir. Pero está clarísimo que en función de la fuerza que apliquemos, el ángulo, la posición inicial del dado y todo un vasto conjunto de variables, podemos alterar el resultado. El hecho, pues, de que cualquier intento por nuestra parte arrojaría un resultado distinto es evidente. Esa incertidumbre siempre es subyacente. No existe, pues, el azar, al menos entendido como una simple serie de posibilidades y posterior resultado. Lo es para nosotros, pero no para nuestro universo.
A veces, en experimentos de laboratorio muy bien controlados, se presentan extraños sucesos. Una partícula que debería estar aquí aparece allá, o desaparece. Surge de la nada. La razón parece estar en el caos cuántico, una versión microscópica (microscopísima) del azar. Una vez más surje este término, pero el universo realmente no puede funcionar así.
Igual que con el dado, el hecho de no poder medir una serie de variables o reproducir voluntariamente un evento en un entorno sujeto a ellas, arroja un resultado incierto. Sin embargo el universo no deja por ello de funcionar de manera ordenada. Conclusión: al desconocimiento lo llamamos azar. Cuando una partícula, o una cantidad de energía, se vuelve loca no puede tener su causa en nada. El universo tiene unas normas, de las cuales una pequeñísima parte las conocemos y probablemente jamás podamos manejar debidamente el resto. Si éste deja de respetarse a escala microscópica, apaga y vámonos. Tendríamos que dejar de estudiar singularidades como por ejemplo un agujero negro, o qué es y cómo se comporta el "tejido" del espacio-tiempo. Hasta la misma gravedad debería quedar huérfana de nuestra atención. Bastaría con trabajar día a día y ver Gran Hermano; nuestra vida dejaría de tener sentido.
Nosotros, y todo lo que nos rodea lo veamos o no, parecemos ser formas de energía. Materia, energía... es como un calcetín bicolor al que le puedes dar la vuelta y mostrarte una cara distinta a la otra a pesar de tratarse exactamente de la misma cosa. A raíz de ahí podemos plantearnos una situación curiosa que pudo tener su origen en el mismo momento del big bang o seguramente antes incluso: todo sucedió exactamente como tenía que hacerlo. Las interacciones entre sí de todo lo que existe es la causa principal de que yo ahora esté pensando en lo que escribo o usted crea que lo del Real Madrid no tiene arreglo. Es simplemente causa de la actividad cerebral, sus enlaces electroquímicos permanentes y temporales, el movimiento de las partículas atómicas que los componen... y así hasta llegar al nivel primordial y más bajo, a escala subatómica. Como siempre, dicho sea de paso con la mayor simpleza posible, porque se nos escapan millones de causas también superiores.
Carl Sagan mostraba en Cosmos su fascinación por cómo la materia se hizo pensante. Muy vagamente hasta casi caer en el insulto, podríamos decir que no somos más que la combinación de distintos tipos de grupos de elementos. Nuestro pensamiento podría ser, incluso, una mera ilusión.
Tanto si pensamos que a nivel cuántico existe un caos absoluto como si no, un pensamiento científico coherente tendría que rendirse a la idea de que el hombre no está por encima de cualquiera de estos dos supuestos, que tiene control sobre ello. Por lo tanto, no podemos decidir sobre ese caos o no-caos puesto que estamos gobernados por él. Cualquier cosa que hiciésemos o no, o pensásemos o no, estaría predeterminada por la combinación de todas las cosas. La única salida que nos queda consistiría, creo yo, en adoptar un ideal religioso que a buen seguro nos haría caer en el antropocentrismo y con ello nos perderíamos en el océano de los ignorantes. Evidentemente no somos en centro de la creación, ni su más brillante resultado, ni su culminación. De poder controlar todo a su nivel más bajo, hasta la misma estructura del universo, nos habríamos convertido en lo más parecido a dios, pues. Y sólo así podríamos escapar de todo y decir con seguridad que somos libres.
Pensar, pues, que podemos cambiar las cosas quizá no sea más que una triste esperanza reducto de nuestra vanidad.
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