viernes, diciembre 09, 2005

Los Dogon, un mito sin razón

En 1975, Robert Temple publicó su obra “El misterio de Sirio”, que daría popularidad mundial a esta etnia africana occidental. Los dogon, ubicados en el país africano de Malí, según pudo comprobar Temple tenían amplios conocimientos astronómicos impensables para unas gentes de tan escasa evolución tecnológica.

Estos conocimientos nos hablan del sistema Sirio, compuesto por Sirio A, una estrella situada a 8,7 años luz, y su acompañante la enana blanca Sirio B, de gran densidad por su comentada naturaleza y con un período orbital de cincuenta años. Sirio A tiene una magnitud visual de -1,43, por lo que es la estrella más brillante de nuestro cielo. Sirio B, por su parte, tiene una magnitud de 8,44, con lo cual es imposible ubicarla a simple vista. Están ubicadas en la constelación del Can Mayor. Alvan Clark, en 1862, necesitó emplear el telescopio más potente de la época.

Los dogon las llamaban respectivamente “Sigu Tolo” o “estrella del Sigui”, y “Po Tolo” o “estrella digitaria”. Siendo “Tolo” el término dogon para “estrella”, “Po” significa exactamente “digitaria”, el nombre de la gramínea “Digitaria exilis”, más conocida como fonio, y que es el grano más pequeño que conocen los dogon. Por lo tanto, acertadamente su estrella Digitaria (Sirio B) es comparada con algo muy pequeño, y astronómicamente es así puesto que se trata de una enana blanca. Sobre la densidad de la misma los dogon afirmaban que estaba compuesta por “sagala”, el metal más pesado del universo, del cual ni siquiera todos los hombres de la tierra podrían levantarlo. La ciencia sabe que la densidad de Sirio B es de unas 60.000 veces la del agua.

Asimismo, los misteriosos dogon conocen la naturaleza en espiral de la Vía Láctea, conteniendo millones de estrellas, y también que los planetas giran alrededor del sol en órbitas elípticas. La luna para ellos es “seca y estéril”, conocen los anillos de Saturno y los cuatro satélites galileanos de Júpiter, al que llaman “Dana Tolo”. Los cincuenta años que tardaría Po Tolo (Sirio B) en completar su órbita alrededor de Sigu Tolo (Sirio A) son en números científicos actuales 50,04, con lo que la aproximación es prácticamente exacta. Sirio B giraría, y también es un dato acertado, sobre su eje una vez por año. También mencionaban a “Emme Ya”, el “sol de las mujeres”, bastante más grande que la enana blanca pero diez veces menos pesada. A su alrededor, un “satélite” llamado “Nyan Tolo”, “estrella de las mujeres”. Una enorme fascinación recorrió el mundo cuando en 1995, veinte años después del libro de Temple, se descubrió que efectivamente Sirio era un sistema triple y no doble, tal y como afirmaban los Dogon.

Para los dogon, la fuente de sus conocimientos fueron los Nommos, los “Señores del Agua”, que descendieron a bordo de un “arca volante” en una zona de Mali muchos siglos atrás y se los transmitieron junto con algunas recomendaciones de otra índole. Estos seres procederían del satélite Nyan Tolo y gustaban de vivir en el agua, por lo que eran anfibios.

Todos estos datos crearon gran controversia, ya que el misterio de los dogon apareció reflejado incluso en la prestigiosa Enciclopedia Británica. Sin embargo, posteriores estudios han demostrado que lo que los dogon nos cuentan no es más que el producto de la contaminación terrestre, y no extraterrestre, a causa de los exploradores occidentales de la época.

Para empezar, los dogon no hablan realmente de un sistema triple, ya que según ellos hay otro miembro más de éste, la “estrella del zapatero”, bastante lejana a las otras tres y al mundo de los nommos, y que describe su órbita en sentido contrario a las demás. Igualmente, celebran la fiesta del “Sigui”, en honor a Sirio, cada sesenta años y no cada cincuenta como debería ser al ser esta última cifra la del período orbital. Para ella se crean unas máscaras con forma de cabeza de pájaro, las “kanaga”, que son guardadas con esmero para así crear un registro temporal que de cuenta de la época desde la cual se viene celebrando. Siguiendo este rastro, los expertos han datado el comienzo de esta fiesta en el años 1300 de nuestra era. Pero, ¿sabían los dogon tanto sobre Sirio en aquellos tiempos?. No, porque de lo contrario su fiesta, como dijimos, se habría celebrado cada cincuenta y no cada sesenta años. Igualmente, los nommos habrían llegado según su cronología hacia el 3000 aC, por lo que hay 4300 años de fiestas perdidas, y de máscaras, que habitualmente son guardadas con mucho celo.

Marcel Griaule, antropólogo francés, conoció a los dogon en 1931. Sin embargo, no obtuvo dato alguno sobre sus fascinantes conocimientos astronómicos. Sería varios años después cuando, en otra de sus habituales expediciones con destino a tierras africanas, se encontraría con Ogotmmeli, una autoridad religiosa dogon. Hablamos del año 1939. Hay que decir que los dogon no son una tribu, sino una etnia repartida por numerosos lugares de Malí. Mientras que los de algunas zonas no tenían conocimiento alguno de esa fantástica cosmogonía, otras como la de Ogotmmeli experimentaban todo lo contrario. Gracias a éste y a otras autoridades dogon, Griaule fabrica casi tres mil páginas entre escritos y fichas, referentes al conocimiento dogon en lo relativo a asuntos como la creación del mundo, la clasificación de las plantas, etc… Sin embargo, Sirio no termina de aparecer. No sería hasta 1950 cuando su colaboradora de expediciones, Germaine Dieterlen publicaría “Un sistema sudanés de Sirio”, originalmente “Un Système Soudanais de Sirius”. Años más tarde, en 1965, publicaría “Le Renard Pâle”, donde se hablaba de la vía láctea, los satélites de Júpiter y los anillos de Saturno, con Griaule ya muerto (1956).

Para los que aún no estén convencidos, hay multitud de datos que ayudan a comprender cómo los dogon solo contaron lo que los expedicionarios occidentales les transmitieron, mezclándolo todo con sus costumbres y creencias. Por ejemplo, aunque conocen las órbitas elípticas de los planetas, tan sólo saben hasta Saturno. De Urano, Neptuno y Plutón, nada. Los anillos del gigante amarillo son mencionados en sus creencias, pero no los de Urano e incluso Júpiter (Dana Tolo), que fueron descubiertos y fotografiados por la Voyager I el 1 de Marzo de 1979. De sus satélites sólo conocen 4, los galileanos, aunque la ciencia actual lleva ya cuarenta catalogados, el último descubierto en 2002. Los dogon obviaron, entre otros, a Metis, Adrastea, Amaltea y Tebe, los más cercanos.

Aunque es fácil acudir a la cuestión de la naturaleza triple de Sirio, no descubierta hasta 1995, no es mango al que agarrarse ni mucho menos. Ya en 1894 los astrónomos habían observado ciertas irregularidades en el movimiento de Sirio B, o Digitaria para los Dogon. En la década de los años 20 fueron dos decenas los avisos dados por aquellos que creían haber visto ese tercer cuerpo. Sin embargo, en 1973 esta teoría cayó en el olvido al establecerse la inexistencia de pruebas que la apoyasen, para resurgir en 1995 con el descubrimiento definitivo. Por su parte, los dogon cifraron el período orbital de Sirio C (una enana roja según sabemos) en otros cincuenta años, cuando las estimaciones actuales hablan de seis. Estos detalles siempre son obviados por los que creen en la cosmogonía dogon.

Con la existencia de la enana blanca Sirio B sucedió lo mismo, cuando como ya dijimos Alvan Clark confirmó su existencia en 1862, 18 años después de que Friedrich Bessel comenzase a postular esa posibilidad. Por todo ello, la cosmogonía dogon se parece sospechosamente al material que podría haberle suministrado cualquier explorador que tuviese entre sus hobbies la astronomía, en grado de aficionado.

Esta contaminación se comprueba fácilmente acudiendo a otras creencias dogon. Ellos creen que el Nummo fue crucificado y resucitado. Además, regresará algún día en el futuro. Igualmente tienen otros mitos como el de la borrachera de Noé. Fácilmente se puede apreciar, pues, la influencia occidental y cristiana en sus creencias.

En 1948 Griaule publica “Dieu d’eau”, más conocido como “Conversations with Ogotemmeli”, donde se da cuenta de los conocimientos adquiridos de mano de esta autoridad religiosa dogon. Y aquí, el hombre sabio que debería haber hablado de extraterrestres, arcas voladoras y de Sirio, no dedica una sola palabra a ellos y olvidándose de ello divaga y especula con el tamaño del sol, que cree podría ser más grande que su aldea o que toda la región incluso (¡!). Por su parte, la naturaleza “anfibia” de los nommos deja de ser tal para convertirse en una mezcla de hombres y serpientes. Estos seres no venían de Emme Ya, sino de la matriz de la tierra, gracias al acto sexual practicado por Amma, que había creado las estrellas arrojando pelotillas de barro al aire, con ésta. No eran siete en número, como algunos especulan tratando de equipararlos a los apkallu o enviados divinos acadios, sino dos, en concreto una pareja divina. Griaule advierte de que Ogotemmeli usa los términos agua y nommo indiscriminadamente, con lo cual es evidente que hablamos de una divinización del líquido elemento, tal y como había sucedido en Súmer miles de años atrás. “Ellos son el agua”.

Cuando de repente aparece la digitaria, resulta que no es para referirse a Po Tolo (Sirio B), sino a que el grandios Amma le entregó a la pareja divina ocho tipos de granos, siendo el último de ellos el fonio (digitaria).

Todo ello es prueba inequívoca de que las antiguas creencias dogon, aquellas inmortalizadas en el número de sus máscaras, sufrieron una metamorfosis al ser contaminadas por las explicaciones de exploradores occidentales antes y durante el siglo XX. De lo contrario, ¿por qué tantos relatos opuestos?.

La zona tuvo presencia extranjera durante el siglo XVIII y XIX. Escoceses, ingleses, franceses… todos de la civilización occidental, que seguía con gran entusiasmo los avances en astronomía. De ahí que los dogon solo conociesen cuatro de los satélites de Júpiter, o que ignorasen a Urano (1781), Neptuno (1846) o Plutón (1930), o los anillos de Júpiter (1979) y Urano (1977). Griaule usó intérpretes dogones, que hablaban francés, por lo que es evidente que esta etnia no estaba aislada y sí sujeta a posibles contaminaciones. De hecho, los franceses entraron el Malí en 1850, que pasó a ser protectorado en 1880. Quedó conquistada en 1898 y ya en 1907 había escuelas francesas en la zona. Algunos dogones, incluso, participaron en la I Guerra Mundial batallando en el bando francés.

Por lo tanto, no estaban aislados. El hecho de que sus conocimientos no fuesen los que idealmente habrían transmitidos seres del espacio dotados de amplia tecnología y saber espacial, sino los equiparables a las fechas de ocupación coloniales, es más que remarcable. Nosotros diríamos que definitiva.

Los intentos de algunos autores por comparar su cosmogonía y teología con la de los babilonios (por sonar parecido Oannes con Nommo), son meros intentos por confundir a los lectores dispuestos a soltar moneda a cambio de enigmas inexistentes.